El padre Giambattista Renzi

Giambattista, padre de Elisabetta, nació en Saludecio en una prestigiosa familia el 20 de mayo de 1753 y fue bautizado aquí el día 22. Fue un hombre de fe y piedad. Perito geómetra estimador, se dedicaba a la administración de sus bienes y de los del monasterio de los Santos Bernardino y Clara de Mondaino. Según algunas cartas firmadas por él, parece que, en 1807, durante el reinado de Italia, era finca provisional del cantón de Saludecio. La actividad más le agradable era la caritativa – asistencial.

Giambattista Renzi murió repentinamente el 15 de noviembre de 1824, enfermo, a la edad de 71 años; será enterrado el día 17 en Mondaino en el sepulcro de la Cofradía del Santísimo Sacramento de la que había sido emérito prior desde 1820.

Elisabetta estaba muy unida a su padre, con quien también compartía su camino interior.

La madre Vittoria Boni

Vittoria Boni, fue bautizada en Urbino el 13 de junio de 1753, se desconoce el día de su nacimiento; fue la última de doce hijos, de una familia de Conti. A la edad de cinco años quedó huérfana de padre.

I El matrimonio con Giambattista Renzi se celebró el 23 de abril de 1784, celebrado por el hermano de Vittoria en la iglesia de los Santos Felipe y Santiago Forcuini, en una ciudad a pocos kilómetros de Urbino. De la pareja nacieron siete hijos: los primeros cuatro en Saludecio (Giancarlo, 15 de febrero de 1785 – 26 de noviembre de 1860; M. Elisabetta 19 de noviembre de 1786 – 14 agosto de 1859; otros dos que murieron poco después del nacimiento); Los otros tres en Mondaino, Dorotea (6 de febrero de 1793 – 4 de julio de 1813) tuvo una vida más larga y murió a los veinte años.

Vittoria Boni murió el 26 de enero de 1838 a los 85 años de edad. Es enterrada en el sepulcro delante del altar de la capilla de la Virgen del Rosario de Belvedere Fogliense.

Pocos días después del entierro, Elisabetta responde así al obispo: “Agradezco a vuestra Excelencia el acto de condolencia que me hace por la muerte de mi querida Madre, y mucho más las promesas de rezar por ella. La Vida que ella ha llevado, y la Muerte resignada, unida a los actos de la Santa Iglesia me hace esperar que ya desde ahora goce de los Eternos descansos, y esto ofrece algún consuelo a mi afligido Corazón”. (02/02/1838)

El hermano Giancarlo

Giancarlo heredó el espíritu profundamente cristiano de sus padres; inscrito en la compañía del Santísimo Crucificado, fue su prior desde su fundación, que tuvo lugar en 1842. Ocupó el cargo de prior del municipio de Mondaino. Se casó con Giovanna Venturi de Mondaino, veintiocho años más joven que él, con quien tuvo once hijos.

Cuentan los descendientes de la casa Renzi que Giancarlo nunca se decidía a casarse, empañado en la caza y sus ocupaciones. Finalmente, cuando conoció a Giovanna, se decidió, pero permaneció siempre él: la mañana del día en que debía celebrarse el matrimonio fue a cazar y volvió poco antes del inicio de la celebración.

La grande fede di Giancarlo è rivelata anche in una preghiera da lui composta. 

Ofrenda para recitarse en la Elevación all’Elevazione

“Eterno Padre, te ofrezco el Cuerpo, la Sangre, el Alma, la Divinidad de tu Santísimo Hijo, que, víctima de amor, se sacrifica por mí en este altar:
y esto en satisfacción de mis pecados,
en sufragio de las Almas Santas del Purgatorio, especialmente de aquellas por las que estoy obligado a rezar según el orden de vuestra Sabiduría infinita;
ien reconocimiento de los beneficios que me has hecho;
y finalmente en agradecimiento de los privilegios que has concedido a María Santísima en este mundo y cuando fue elevada al cielo.
Te ruego, hermosa Madre, que presentes esta ofrenda con tus purísimas manos a la Tríada Sacrosanta: Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Y en virtud de esta gracia de poder vivir como un buen cristiano,
para luego disfrutar en compañía de los Ángeles y Santos en el Paraíso”.

El 30 de junio de 1905 con ocasión de su visita a Rímini a la Madre Giuseppina el cardenal Domenico Svampa, arzobispo de Bolonia, concedió “cien días de indulgencia a quien devotamente rezara esta oración”

La nieta Giuseppina

La segunda hija, María Giuseppina, ingresará a Coriano como educanda a la edad de nueve años, el 13 de mayo de 1856 a la edad de diecinueve años vistió el hábito religioso y hasta la muerte de Madre Eliisabetta será su secretaria. Se convertirá en la cuarta Superiora General del Instituto fundado por la tía Elisabetta y lo dirigirá durante treinta y cinco años.

Cuando Giuseppina decidió hacerse religiosa, la madre Giovanna la llamó a la familia para poner a prueba su vocación, permaneció allí durante 17 días en el mes de mayo de 1855.

Encontramos evidencia de esto en dos cartas muy significativas: (Cenni Biografici, p.60) :

Carta de Madre Elisabetta

Escribe la tia:
“Si estuvieras sola, yo sería la primera en temblar, pues de nosotros mismos no tenemos más que debilidad, impotencia y miseria; ¡pero nuestro Señor está contigo de la mañana a la tarde y de la tarde a la mañana!
Tú sufres? Es una mano divina que te da su cruz; cuando trabajas, Él está allí para ahorrarte la mitad de la pena; cuando lloras, Él se te acerca para secarte las lágrimas: cuando rezas, es Él quien reza en ti; ¡pero todo esto no hace falta sentirlo! Alegrete, porque sabes que el buen Dios te ama, porque sabes que tenemos el cielo delante de nosotros, y porque – a pesar de nuestras debilidades, nuestras miserias, nuestras montañas de defectos – avanzamos hacia Dios cada día, y quizás tanto más cuanto menos lo sentimos.
Giuseppina tu corazón debe ser un canal impermeable; ninguna criatura debe estar allí, todas las que entran, incluso papá y mamá, deben salir del costado de Jesús. Cuanto más rico hace Dios tu corazón, más tierno lo hace y más pide un desapego absoluto por amor a él. ¡Que hermoso es sufrir y qué felices son las víctimas!” (Positio p.509)
Carta del padre Giancarlo

Escribe el padre:
“Querida hija, esas desagradables escenas que siguieron, como narra mi hermana, fueron de una pena indescriptible. No he dejado de quejarme con su madre, que está arrepentida de la manera usada, pero también parece que el espíritu de ella no se encuentra quieto si no se presiona en tu bien aconsejada y firme decisión el experimento que ella desea, cómodamente sugerido por muchas personas religiosas, entre las cuales está la Madre Abadesa, y otras hermanas suyas. Los juicios de Dios son inescrutables. ¿Quién nos dice que este pequeño obstáculo a su firmeza, para combatirla, no sea permitido por el Señor para mayor bien suyo? No se que más decir. Ore y haga que el Gran dador de Gracias ore por usted para que la ayude y para que su espíritu descanse por cada caso que luche.
Fiat voluntas Dei.
El Señor, María Santísima y todos los Santos la Bendigan. 
Tu Afectuoso Padre
13 Mayo 1855

PROFUNDIZACIÓN: Las palabras de Sor Caterina Giovannini sobre el tiempo transcurrido por Madre Elisabetta Renzi en familian

Con las palabras de Suor Caterina Giovannini, podríamos resumir el tiempo de MER trascurrido en familia:
“Nata da piisssimi genitori e prevenuta dal Divino Amore, passò Elisabetta l’infanzia in una grande semplicità e innocenza di costumi. Quando il padre e la madre vivono vita sicura e cristiana, i figli se non possono ricevere da loro il privilegio della santità di origine, la ricevono dai loro esempi quasi una seconda natura.
Dios quiere las primicias de todas las cosas que ha hecho; y cuidado de mamá,condesa Vittoria Boni, debía consagrar, como tributo, los primeros latidos del corazón de su pequeña criatura, los primeros destellos que parpadean de su razón, los primeros sonidos que pueden articular sus labios.
“Un hijo no debe poder mirar a su madre sin querer volverse mejor”, así solía repetir en muchas ocasiones la hija tan devota a su madre. Cuántas veces fue escuchada dar gracias al Señor por haber podido, casi sin esfuerzo, y sólo a través del espectáculo de los ejemplos paternos, que pasaban y le repetían continuamente ante los ojos, contraer los felices hábitos de la inocencia, y formarse naturalmente en la práctica de las virtudes más sólidas.
Entre cien signos manifiestos de una protección especial de Dios, amadísima en casa, admirada por todos los que la conocían, venía creciendo Elisabetta, y alienante de aquellas pueriles, infantiles que todo lo suelen ocupar la primera edad, llena de una angélica modestia… nacida para obedecer, se hacía cada día más respetable a los hombres, y querida por el Señor que se deleita en el corazón de los inocentes”. (Positio p. 498)